Donde
sea que hubiese una gran noticia allá iría, sin importar el tiempo que le
tomara en su vida, nunca se rendía hasta llegar al fondo de los hechos, Juliana
Elton fue desde sus inicios una periodista audaz, intrépida y con ganas de
encontrar siempre la verdad, a costa del precio que fuera. Los enigmas y
sucesos misteriosos eran el tipo de noticia que le gustaba reseñar, cada día pasaba
horas frente al monitor recabando toda la información posible de hechos sin
explicaciones que ocurrían alrededor del mundo, hasta que una noche cuando
navegaba por la web en busca de algo que fuese interesante, recibió un correo
electrónico que decía:
- “Estimada
señorita J. Elton, me dirijo a usted en calidad de informante, con el fin de
hacer de su conocimiento, los acontecimientos inexplicables que en nuestro
bello y tranquilo pueblo de Woodville han estado sucediendo los últimos días,
desapariciones de personas honestas y trabajadoras, que simplemente se esfuman
por la noche, gente que afirma haber visto figuras que aparecen y se desvanecen
sin dejar rastro, luces en el cielo y terribles gritos en medio del bosque.
Conozco muy bien su labor y sé que se dedica a investigar cosas extrañas que
otras personas prefieren ignorar. Ojala a usted este pueblo le pueda interesar.
Stephen Rivera”
Aquello
debía ser una luz al final del túnel, lo que Juliana por mucho tiempo había
estado buscando para escalar de nivel y no seguir siendo la simple reportera
del canal regional, si lograba resolver ese misterio, podría repuntar su nombre
a la cima y conseguir contrato en algún medio nacional. Luego de llamar a Cesar
su camarógrafo, alisto el equipaje y ambos emprendieron viaje a Woodville. A su
llegada allí, lo primero que detallaron es que era un pueblo de pocas personas
y sus habitantes no parecían ser los típicos pueblerinos alegres y cordiales,
sino que al contrario daban la impresión de que eran gente callada y poco
amigable, a las que no les agradaban las visitas de forasteros.
Ese
día también conocieron a Stephen Rivera, el responsable de que vinieran a
Woodville, era un señor entrado en años, aunque sus canas y arrugas solo le
daban un buen aspecto de hombre culto, amable y conversador, con muchas experiencias
vividas, totalmente distinto a las demás personas del Woodville, el mismo se
encargó de darles un breve recorrido por el pueblo y ya que ese día no habría
nada más por hacer, como buen anfitrión se ofreció a hospedarlos en el hotel del pueblo, una vieja casona de su
propiedad.
Juliana
y Cesar tenían el fin de semana para investigar lo que pudieran, ese sábado en
la mañana, su segundo día en Woodville, salieron a caminar y escucharon sobre
Sarah Mitchell, quien era noticia en el pueblo, una de las maestras que ahora
se sumaba a la lista de desaparecidos. Llevaba poco residenciada ahí, al igual
que los otros extraviados. Eso fue sin dudas, lo que llamo la atención de
Juliana, 7 personas nunca regresaron a casa en las últimas semanas y cada uno
de ellos tenía en común, la peculiar coincidencia de que todos eran habitantes
recientes de Woodville.
Cuando
intentaron recoger opiniones de las personas, se negaron a declarar, es como si
a nadie le importaba quienes se hallaban perdidos, o algo que les atemorizaba
les impedía hablar. El sábado por la noche, Juliana no quiso parar, convencida
de que obtendría las respuestas que anhelaba, se quedaron en su camioneta
monitoreando los alrededores del bosque, para la madrugada tanto Cesar como
ella habían cedido ante el sueño, sin embargo pronto se vieron despertados por
una destellante luz sobre ellos, que les alumbro por unos segundos, pero casi
de forma fugaz desapareció entre los árboles. Aunque Juliana no estaba
dispuesta a perder aquella señal que de seguro le aportaría grandes pistas a su
investigación, le ordeno a Cesar que entrara de prisa al bosque por ese camino
de tierra que vieron temprano, sin embargo nada les salió como planeaban,
mientras se desplazaban por ahí una figura alargada se les atravesó adelante,
haciendo que Cesar frenara de golpe, solo para darse cuenta que en ese sitio no
había nada, a excepción de los árboles, pero en ese preciso instante una luz
comenzó a brillar, tan radiante que les robo la visión, lo único que se escuchó
a lo lejos, fue los espantosos gritos de Juliana.
Todo
en esa habitación lucia borroso, varias voces que no alcanzaba a entender, ¿por
qué tocaban su cuerpo?, ¿qué querían de ella?, Juliana no entendía, si estaba
en el hospital, tal vez es porque tuvo un accidente, sin embargo parecía que
los médicos la examinaban de una manera exhaustiva, las agujas no paraban de
entrar en su piel una tras otra y seguía sin comprender las palabras que iban y
venían entre los doctores, al mirar a su costado pudo ver a Cesar quien estaba
en otra camilla, ¡Que absurdo!. Ambos en la misma sala de hospital, pero al
parecer Cesar se encontraba dormido, Juliana quiso gritar, preguntarles que
pasaba, que alguien le explicara, pero no podía, su cuerpo inmóvil no
respondía, en medio de su agonía empezó a recobrar la visión, aunque entonces
prefirió haber seguido viendo a medias, el corazón palpitaba asustado y la
respiración le faltaba, quienes la acompañaban en el cuarto, eran todo menos
doctores, sujetos de cuerpo alargado la miraban con detenimiento, con las manos
palpaban el cuerpo de Juliana como explorando un juguete nuevo, su apariencia
era similar a la silueta que Cesar y ella observaron en el bosque antes de
despertar en esa habitación. Juliana muerta de miedo veía como la nariz
prominente de aquel individuo la olía como olfateando su aroma al tiempo que se
relamía los labios, con una lengua puntiaguda y asquerosa que sobresalía de su
boca, Juliana volteo de nuevo a ver a Cesar, encontrándose con que no dormía, como
pensó hace un rato, ella quedo petrificada al observar cómo Cesar era
desmembrado parte por parte, sus entrañas descansaban en una bandeja y con la cabeza
abierta su cerebro fue retirado con cuidado.
Juliana se sentía en la peor pesadilla y
quería despertar cuanto antes, sin embargo descubrió que todo eso era una
horrible realidad y si algo se lo demostró fue el inmenso dolor de las heridas
que le causaban esos individuos con esas largas y prominentes uñas que parecían
agujas, su mirada perdida se cruzó con los ojos amarillos de uno de esos seres que
la miraba como analizando minuciosamente su sufrimiento, Juliana veía un rasgo
familiar en su forma de mirarle, las cortadas letales que le hacían a su cuerpo
la iban dejando inconsciente de a poco, pero antes que sus ojos se cerraran
pudo presenciar como esos seres que la torturaban y le arrebatan su vida,
tomaron forma humana.
- ¡Qué
ironía!, -Pensó Juliana-, ya todo tiene sentido, con razón sus ojos le parecían
tan familiar, Stephen Rivera, nunca quiso que averiguaran nada, ellos solo
fueron la carnada de esos camaleones de otro mundo.
La primera plana de los periódicos, tenía
como imagen a Juliana Elton y su camarógrafo Cesar Ulloa, Juliana por fin
alcanzo la mención que deseaba, se convirtió en noticia a nivel nacional, aunque
todo por su desaparición, algunos medios señalan que fueron abducidos por
extraterrestres, la policía maneja otra hipótesis, según los oficiales, la
periodista mantenía un tórrido romance con su camarógrafo y ambos huyeron
lejos. Solo él, con una sonrisa en su cara mientras toma café y ojea el
matutino sabe la verdad, Stephen Rivera un devorador de mundos capaz de cambiar de forma a su conveniencia, una criatura antigua que se alimenta de la gente, Woodville es su guarida y la de toda su raza, Juliana Elton fue
la estrategia perfecta para poner en el mapa a ese pequeño pueblo, los
camaleones ya no se tienen que conformar con alimentarse de los residentes
foráneos que llevan poco en el pueblo, ahora pueden abrir sus brazos para
recibir a muchos visitantes y decirles, bienvenidos a Woodville.
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